El periodista y miembro de la APIE presenta su libro de memorias “Un hombre con buena suerte”.
Si es cierto ese tópico según el cual un buen periodista no tiene amigos, entonces Mariano Guindal sería probablemente el peor periodista del mundo. Porque si algo hubo de sobra en la presentación de su último libro, Un hombre con buena suerte, que tuvo lugar el pasado día 4 de diciembre en la sede de la Fundación Repsol, fueron, precisamente, amigos. Comenzando por los encargados de presentar la obra –Victoria Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Luis Garicano y el ex ministro Luis de Guindos– y siguiendo por periodistas y representantes de todo el espectro empresarial y político, incluyendo la Asociación de Periodistas de Información Económica, que se honra de tener al autor entre sus asociados.
La amistad, según declaró el propio Guindal, es “el hilo conductor del libro”, aunque tampoco habría que dejar de lado todos los recuerdos de una carrera periodística que abarca casi medio siglo y que tiene en la faltriquera algunas exclusivas jugosas, obtenidas en ocasiones por la buena suerte al que hace referencia el título, pero también por el tesón y el talento que han marcado el paso de un periodismo al que cada vez se echa más de menos: desde ser el primer periodista que confirmó que la explosión que acabó con la vida de Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, no se debió a una fuga de gas sino a un atentado terrorista, a su famosa pregunta en rueda de prensa a Miguel Boyer que desató todas las alarmas sobre la situación de Rumasa: “En cuanto me respondió me fui de la sala, antes de que tuviera tiempo de decir que sus declaraciones eran off the record”.
En su intervención, Luis de Guindos señaló que en las páginas del libro están como una constante las cuatro pasiones de Mariano Guindal: “la familia, los viajes, el cine y, lógicamente, el periodismo”. Victoria Prego y Luis Garicano coincidieron en señalar que la obra, más que las memorias de un periodista, constituye una crónica donde la historia del protagonista se entremezcla con la historia de España, y el segundo hizo hincapié en la infancia de Guindal, en un barrio de chabolas “que parecería de otro mundo, más en un pais que desde entonces ha entrado definitivamente en otro mundo”. El autor recordó aquella infancia, sin nostalgias ni quejas y con unas palabras de agradecimiento a su madre, que “fregaba escaleras para pagarme los estudios. Soy quien soy gracias a ella”.
Era inevitable que en la presentación se hablara de la evolución del periodismo, y de la metamorfosis que ha sufrido en los últimos años, dejando el reporterismo de profesionales como Guindal en un vestigio del pasado que, sin embago, debería volver. Periodismo de mucha suela y poco Internet, mucha conversación y poca red social, mucho rigor y, prisas, las justas. Unos tiempos en los cuales ministros y presidentes se ponían a disposición de los periodistas, y donde no habían llegado todavía plagas como la posverdad, que, según indicó el autor, ha conseguido “que de lo mismo desmentir o no; nadie se molesta en hacerlo. Por eso el periodismo está como está”. Guindal concluyó sus palabras recordando que el foco de su trabajo como periodista ha sido, por encima de todo, la gente, la gente anónima y sin historia que ha sido “la que de verdad ha hecho grande a este país. Esa generación silenciosa, la generación de los años 50. Por eso, la gente que lea el libro no estará leyendo una historia, estará leyendo su propia historia”.