La corresponsal de Le Monde en España desde 2010 y miembro de APIE publica el libro En el huracán catalán. Reflexiones de una corresponsal inmersa en el procés donde informa, analiza y opina sobre todos los factores que desencadenaron el proceso independentista y sus consecuencias.
Dentro de la gran variedad de temas de actualidad que un corresponsal extranjero tiene que tratar ¿qué fue lo que te hizo decidirte por el conflicto catalán para escribir el libro?
He seguido de cerca el tema catalán desde que empecé como corresponsal de Le Monde en 2010. Tenía acumulado mucho material: entrevistas a personajes clave, desde Artur Mas, al que entrevisté a principios del 2012 antes de que pidiera el pacto fiscal, a Puigdemont, al que vi al día siguiente de los registros del 20 de septiembre en la Consejería de Economía, crónicas, análisis, reuniones privadas, citas informales en La Moncloa… Es un tema fascinante para un periodista porque habla mucho de España, de la crisis económica, del nacionalismo y de la crisis de representación, y porque es un gran experimento político con una estrategia muy pensada para intentar crear un movimiento hegemónico en Cataluña, que ha llevado a más de dos millones de personas a hacer un gran acto de desobediencia civil como fue el 1-O. Pero en realidad, la idea no fue mía, fue una proposición de Planeta. Era un reto para mí porque en mis artículos siempre intento ser lo más neutral posible, y no opinar sino contar, explicar y analizar. Pero en el caso del libro, me mojo. Tenía muchas ganas de contar cómo lo he visto y vivido, las cosas que más me sorprendieron y la contradicción entre el discurso público, tan utopista, demagógico y buenista, y la realidad en el terreno, las mentiras, las fracturas.
Has dicho en otras entrevistas que en 2012 «Cataluña estaba sumida en una crisis económica». ¿Hasta qué punto el factor económico pudo incidir en acelerar el proceso independentista?
Está claro que ha sido un factor clave. En 2012, lo que más escuchaba en los círculos de poder de la Generalitat y de los partidos independentistas era que España se hundía y había que irse como fuera. En las primeras Diadas, se hablaba casi únicamente del deficit fiscal y del dinero que España robaba a Cataluña, de cómo la comunidad autónoma sería rica si fuese independiente… En plena crisis, el mensaje caló en mucha gente que no tenían necesariamente el sentimiento de agravio identitario que perciben los independentistas originales. No hay que olvidar que al año siguiente de la sentencia del Estatut de 2010, no hubo una gran Diada. En 2011, los que ocupaban las calles en Cataluña, como en el resto de España, eran los indignados y hasta obligaron a Artur Mas a ir en helicóptero al Parlament. Este enfado colectivo por la crisis y las politicas de austeridad era una amenaza para la ex-Convergencia. Veían que podían perder el poder a favor de su rival ERC, un partido al que despreciaban. Artur Mas aplicó, antes y con más convencimiento que los otros lideres regionales, las políticas de austeridad más duras: fuerte subida de tasas universitarias, copago de medicamentos o rebaja de sueldos a funcionarios. Pero el viraje hacia la independencia le permitió quedarse en el poder, cuando todo apuntaba a qué iba a reemplazarle ERC.
«En las primeras Diadas, se hablaba casi únicamente del deficit fiscal y del dinero que España robaba a Cataluña, de cómo la comunidad autónoma sería rica si fuese independiente»
¿Cómo explicó el gobierno de la Generalitat las consecuencias económicas que podría tener sobre Cataluña el proceso de independencia?
Todo era positivo: se iban a ganar 16 000 millones más gracias al fin del déficit fiscal, no habría problemas, las empresas se quedarían, las pensiones no sólo no estaban en peligro sino que subirían, sería un país pequeño pero rico, uno de los más ricos de Europa, la exportación compensaría los posibles boicots de los compradores españoles. No había nada seguro. La independencia solo trae la independencia, todo lo demás depende de mil factores impredecibles… Pero vendían el sueño de la prosperidad cuando solo se hablaba de austeridad, y mucha gente compró ese discurso porque pensaba que tampoco tenía gran cosa que perder en un momento grave de recesión. Económicamente, la independencia era un gran cajón de sastre donde cada uno ponía sus sueños: algunos se veían como Luxemburgo o incluso Mónaco. Cómo cuento en el libro, un responsable de prensa de Artur Mas me comentó, cuando se produjo el movimiento No vull pagar en las autopistas catalanas, que ellos no estaban en contra de los peajes, lo que no veían normal es que no los hubiera en el resto de España. Igual con el copago. Al contrario, para ERC, iba a ser una república con más política social. Y para la CUP la independencia era sólo el primer paso para implantar un modelo anticapitalista y municipalista de democracia directa…
«Económicamente, la independencia era un gran cajón de sastre donde cada uno ponía sus sueños: algunos se veían como Luxemburgo o incluso Mónaco»
¿Has visto en este terreno similitudes con el Brexit? Generalidades, falta de profundidad en las explicaciones, ausencia de autocrítica…
Sí. Es la misma manera de pensar que se arreglan las cosas culpando a un chivo expiatorio, prometer una solución mágica, cuando en realidad sabes lo que no quieres, pero no significa que sepas lo que vas a conseguir; dar a entender que la ruptura es algo sencillo a pesar de que estás ligado por una multitud de tratados complejos, lazos profundos, intereses compartidos… Es bastante más fácil unir a gente alrededor de un no que de un sí, unir a fuerzas opuestas, y a veces antagónicas, para deconstruir, que ponerse de acuerdo para construir algo… Los que quieren la independencia tendrían cada uno un proyecto totalmente distinto sobre qué hacer con un Estado catalán, pero de esto no se ha hablado, solo de romper con España. En el Brexit hubo la misma frivolidad política.
«Los que quieren la independencia tendrían cada uno un proyecto totalmente distinto sobre qué hacer con un Estado catalán, pero de esto no se ha hablado, solo de romper con España»
¿Crees que el gobierno catalán no previó, o no quiso prever, la salida de empresas de Cataluña cuando comenzó el proceso? ¿Cuál fue su reacción?
Creo que no lo quiso prever, y de hecho, sigue echando la culpa a Madrid por haber facilitado la salida de empresas. Eso es conocer mal cómo funcionan las decisiones empresariales, pero incluso si fuese cierto que España les había empujado a irse, esto da a entender la fragilidad de las promesas de prosperidad de los independentistas. La reacción fue y sigue siendo de minimizar las consecuencias de la salida de empresas, apoyándose en las buenas cifras de crecimiento del PIB catalán y de las exportaciones. Al final, estas salidas no han repercutido mucho en las cifras económicas por la simple razón de que Cataluña sigue siendo España. Si fuese independiente, la salida de esas sedes fiscales que cotizan ahora en Madrid, Baleares o Alicante hubiera supuesto un varapalo económico mayor. Cataluña hoy no tiene ningún banco potente. Pero te dicen que no pasa nada, que ahora con Internet, los bancos online, esto se resuelve. Y que de todas formas, todos los bancos querrán financiar a Cataluña cuando sea independiente. Porqué será rica… es una cuestión de fe.
«Cataluña hoy no tiene ningún banco potente. Pero te dicen que no pasa nada, que ahora con Internet, los bancos online, esto se resuelve»
¿Cómo han afectado estos años de proceso a la economía catalana, y qué papel crees que puede jugar la economía en la evolución de los acontecimientos futuros?
Es difícil medirlo porque puede haber un coste de oportunidad oculto: ¿cuánto más habría crecido Cataluña si no hubiera habido episodios de inestabilidad? ¿Habría tenido la Agencia Europea del Medicamento? Es imposible saberlo. La economía catalana ha resistido bien y sigue creciendo por encima de la media española, pero los empresarios avisan de que se notarán las consecuencias más adelante, que las inversiones son decepcionantes y que han congelado contrataciones el año pasado. En relación a la segunda pregunta, no sé en que medida la economía puede afectar a los acontecimientos, porque en Cataluña el terreno racional ha sido abandonado por el pasional, emocional y romántico. El gobierno de Rajoy siempre ha contado con que el “suflé” independentista, como ellos lo definían, se desinflaría solo, con la recuperación económica. Esto es lo que nos decía Luis de Guindos, como cuento en el libro. Pero no parece que sea así. O por lo menos, no parece que pueda bastar.